sábado, 8 de mayo de 2010

Isaías 6

Os dejo un estudio sobre Isaías 6

Rey Uzías (2º Cr. 26). Empezó a gobernar con 16 años. Reinó 52 años. Al principio fue un rey temeroso de Dios. Trajo prosperidad social y económica al pueblo. En su prosperidad se enalteció hasta corromperse y volverse infiel a Dios, ocupando un cargo sacerdotal que no le correspondía. Por eso fue herido con lepra hasta que murió en el 740 a.C. (13 años después se fundó el Imperio romano). Coincide además con el año del jubileo.

Uzías era, en su enfermedad, símbolo de la impureza del pueblo. El rey moría, pero Dios seguía sentado en su trono. Las turbulencias sociales no traían preocupación al corazón que descansaba en Dios. El Señor todavía tenía que hablar al pueblo.

¿Qué vio Isaías?

A Adonay: el Señor soberano y absoluto. Dios en su trascendencia. El Señor es alto por su propia naturaleza. Es exaltado por el reconocimiento de su soberanía. Cf. 52.13 y 57.15. Referida al Señor Jesús (Jn. 12.41).

Faldones que llenaban el Templo: presencia plena de Dios. Sal. 104 y Éx. 28.33

Serafines: Orden angelical al servicio de Dios. Su apariencia era como algo que a Isaías le recordaba al fuego. Son ejemplo de reverencia, disponibilidad y gozo.

Cubrían sus rostros: en señal de temor a Dios.

Cubrían sus pies: en reconocimiento de la bajeza de su servicio. Reconocimiento de sumisión a los caminos de Dios en vez de a los suyos.

Volaban: en actitud de servicio constante a Dios.

Gritaban en antífona: Los ángeles no aparecen en la Biblia cantando.

“Santo, Santo, Santo”: Semitismo que expresa que Dios es Santísimo. Es un superlativo para expresar la santidad de Dios. La santidad es, de forma suprema, la verdad sobre Dios y su santidad está por sí misma tan alejada del pensamiento humano, que hay que inventar un “super-superlativo” para expresarla.

Aunque se trate de un semitismo, expresa también el concepto de Trinidad (cf. Jn. 12:41 y Hech. 28.25,26). Cf.Ap. 4.8 (visión de Juan).

Yahveh de los ejércitos. Término para hablar de Dios en relación a su gobierno.

La tierra está llena de su gloria. La gloria es la omnipresente santidad divina. Es el tema recurrente en Isaías y en el resto de profetas: la tierra será llena del conocimiento de Dios.

v. 4. La reacción de la tierra a la presencia divina es el temblor. (Éx. 19.18). Nuestra esperanza no descansa en el temblor a un Dios distante en el cielo, sino en un Dios que se ha hecho cercano en la persona de Jesucristo. (Jn.1.14; He. 12.23: os habéis acercado a Dios). Este temblor que ve Is. le impide entrar a la presencia de Dios. (cf. 1ª Tim. 6.16)

v. 5. La reacción del profeta. Temor por ser indigno. Reconocimiento de su insuficiencia delante de Dios. Pensemos en la actual falta de reverencia y temor reverencial a Dios en nuestra vida, cultos, conversaciones… Cuanto más cerca estamos del Señor, más grande es el sentido de impiedad. Sólo cuando nos encontramos en la presencia de Dios aprendemos a medir nuestra identidad.

Condición personal de Isaías, unida también a su condición social con Israel, identificándose con la culpa de ellos. Un hombre de boca impura no es un adecuado embajador o mensajero de un Dios santísimo.

Ver al Rey. Cf. Éx. 33.20

v. 6. El ascua es una piedra candente tomada del Altar de la expiación. El fuego en el AT es un agente de purificación (Núm. 31.23 y Mal. 3.2) y un símbolo de la ira de Dios (Gén, 3.24 y Núm. 11.1-3).

¿Por qué fue tomada del Altar? Porque era en la base del sacrificio ofrecido a Dios que Isaías podía ser limpio y su pecado expiado. Para nosotros la base de nuestra limpieza es la preciosa sangre de Jesucristo. El Calvario provee la salvación para el pecador.

v. 7. Todo el proceso, incluso la iniciativa, es de parte de Dios. “Esto no de vosotros, pues es don de Dios” (Ef. 2). El verbo “es quitada” implica la idea del pago por un rescate, el precio que la justicia exige. El fuego del Altar hizo por Isaías todo lo necesario.

v. 8. El efecto inmediato de la expiación es la reconciliación con Dios. Una vez limpio puede dialogar con Dios. Cf. Rom. 5.1.

Hay una necesidad urgente de predicar un mensaje divino al pueblo. Hace falta una persona apta, un embajador extraordinario que haya tenido las experiencias de la conversión y el compromiso con Dios (Ez. 22.30). Nosotros somos embajadores de Cristo (2ª Cor. 5.20). Un embajador no es sino un representante de alguien superior con un encargo que dar a los demás, y que cuenta con el respaldo de su superior.

Se trata aquí de un abandono en las manos de Dios para ser usado conforme Él quiera. Isaías fue atraído por la inmensidad de lo que había visto. Dios nos atrae non voluntas, sed voluptas (no por la fuerza, sino por su voluptuosidad).

v. 9, 10. Tono despreciativo de Dios: Este pueblo.

El encargo era desconcertante y paradójico: endurecer el corazón del pueblo. El pueblo iba a tener una incapacidad para comprender. (Cf. Mat. 13.14-15; Mr. 4.12; Lc. 8.10; Hech. 28.26-27). Isaías enseñó con tal sencillez que se burlaron de él (28.9,10). Pero esa sencillez les hacía más culpables, por no querer obedecer el mensaje de Dios. “La oportunidad en la vida humana es tan frecuentemente juicio como salvación” (Smith, citado por Motyer, p. 108). Un alimento bueno a un estómago enfermo puede ser contraproducente.

v. 11-13. No hay mucha esperanza para Jerusalén. Lo trágico es el rechazo al mensaje de Dios. Pero Dios se ha reservado una simiente santa. El árbol será talado, pero le quedará la cepa (Is. 11.1). La promesa del Mesías es garantía de un pueblo futuro sobre quien Él reinará.